La historia detrás del mejor Cheescake de Buenos Aires
Todo empezó en la cocina de mi abuela.
Mientras el agua hervía y el mate pasaba de mano en mano, entre ollas ruidosas y cucharas de madera y oraciones, se fue cocinando algo más que comida.
Se cocinaba amor.
El amor por la cocina nos lo dejó como herencia.
Y este cheesecake, aunque muchos se sorprendan, no salió de ningún libro de recetas ni lo encontré googleando.
Lo fui armando con el tiempo, con prueba y error, con intuición, con ganas de que cada bocado te devuelva, aunque sea por un ratito, la sensación de estar en casa.
Pero ojo, no es un cheesecake común.
No tiene azúcar añadida, ni huevo.
Es suave, equilibrado y generoso.
Tan generoso como esos postres que te servían en lo de la tía o mi nona ……, donde la porción no se medía con balanza sino con cariño, y si te quedabas con hambre, te servían más.
Y sí, es polémico.
Hay quienes lo prueban y se emocionan.
Y hay quienes lo prueban y se quedan pensando:
“Che… ¿esto es cheesecake?”
Una vez, una clienta lo miró, lo probó, me abrazó y me dijo:
“¡Por favor, no dejes de hacer este cheesecake nunca!”